Poco después de que salga el sol, un pequeño grupo de mujeres se reúne bajo una marquesina en la ciudad catalana de Granollers. Esperan el primer autobús que las llevará a un pequeño pueblo situado a diez kilómetros, donde todas trabajan como empleadas del hogar. Entre ellas, Marlen, una boliviana de treinta y siete años que llegó en 2004, dejando atrás a su madre y sus hijos, el más pequeño de apenas unos meses de vida. “El mismo día que llegué me puse a trabajar de interna para una familia en Madrid. Tenían cuatro hijos, como yo”, explica. Marlen es una de las 679.600 personas que trabajan como empleados del hogar en España según la Encuesta de Población Activa (EPA) de 2014. Nacida en una pequeña población cerca de Santa Cruz, se dedicaba a cuidar de la casa, sus hijos y sus hermanos desde que se quedó embarazada a los quince años, y eso mismo es lo que le ha proporcionado un sueldo durante más de una década. 

Tras el viaje en autobús empieza una peregrinación por todas las casas en las que trabaja. A las cinco de la tarde, finalmente, toca el timbre de la última. Se cambia en el recibidor mientras pide los productos de limpieza que va a necesitar a la señora de la casa, como Marlen insiste en llamarla, y antes de empezar pregunta por el señor. Mientras trabaja siempre suena música religiosa con ritmo latino y cuando parece que nadie la escucha se pone a cantar. Al dar las ocho vuelve a cambiarse rápidamente para no perder el último autobús de vuelta. “Tengo los huesos doloridos y las muñecas hinchadas. Por eso hay que estudiar”, sentencia al acabar la jornada.

foto: aitana gómez

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trabajar en españa

España es uno de los países con más trabajadores domésticos de Europa. Sin embargo, es el oficio peor pagado de todo el Estado según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Una discriminación amparada por la última reforma del Régimen Especial de Empleadores del Hogar, un decreto ley que fomenta la economía sumergida, al no ser obligatorio dar de alta en la Seguridad Social a un trabajador si hace menos de sesenta horas mensuales, ni establece un salario mínimo.  

Las personas migrantes son las más perjudicadas por esta reforma, ya que la falta de un contrato de trabajo dificulta su regularización. Un problema muy extendido en España, dado que el perfil común de trabajadores del hogar es el de personas nacidas en el extranjero, mayoritariamente mujeres de países hispanoparlantes de Latinoamérica. La Oficina Internacional de Trabajo (OIT) presentó en 2011 un convenio, que España nunca ha ratificado, presentando las que consideraban unas condiciones de trabajo básicas y dignas para “toda persona que realice el trabajo doméstico dentro de una relación de trabajo”.

¿Pero qué hay de aquellas que lo hacen fuera de esta relación? Según el informe de Amnistía Internacional (AI) “La trampa del género: Mujeres, violencia y pobreza” de 2009, a nivel mundial, las mujeres hacen dos tercios del trabajo pero solo reciben el 10% de los ingresos. El trabajo doméstico, reproductivo y de cuidados de niños, personas mayores o personas dependientes ha recaído de forma histórica en las mujeres. A pesar de no estar reconocido, sostiene la economía productiva. Marlen no solo trabaja más de diez horas diarias fuera de casa, cuando vuelve del trabajo empieza su segunda jornada: cuidar de la casa y de su hijo menor.

foto: aitana gómez

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rutina y tradición

Marlen solo tiene un día libre, el domingo, pero en el día del Señor en su casa se madruga: hay que empezar a cocinar las setenta empanadas que venderá a las puertas del local donde se reúne su congregación.“Quería darle algo a la Iglesia, pero con mi sueldo no puedo aportar más de diez euros, así que le propuse al Pastor vender empanadas y darle todos los beneficios. Gasto diez euros en comprar los ingredientes y gano setenta por las empanadas” dice mientras amasa la pasta. Por eso, el domingo por la mañana el desayuno se prepara junto a una olla de carne picada al estilo cruceño, siguiendo la receta de la abuela. Una tradición en la que participa Guido, su quinto hijo, el único que vive con ella, nacido en España hace ocho años.  

Tras emigrar, Marlen renunció a su educación católica y se volcó en la religión evangélica: hoy en día es un pilar fundamental en su vida. Cada semana viaja desde su casa hasta Barcelona junto a su hijo y su hermana hasta una modesta iglesia en el corazón de Glòries. Allí se reúnen entre cien y doscientas personas, para escuchar la prédica del Pastor. Dentro de la Iglesia nunca se hace el silencio, los “amén” y “aleluya” interrumpen constantemente al Pastor a modo de confirmación; cada varios minutos una batería da pie a los músicos y toda la congregación se levanta para cantar.

Cuatro horas después la liturgia ha acabado pero no la actividad: a esa hora empiezan los preparativos para servir la comida a todos aquellos que quieran compartir un poco más de su tiempo. Para Marlen, la Iglesia es una gran familia donde todos son hermanos y acuden al Pastor o a la Pastora – su esposa – en busca de consejo tanto espiritual como personal. Un apoyo incondicional especialmente para los extranjeros que tienen lejos a sus parientes, que son la gran mayoría. Y el lunes, vuelta a la rutina. Aunque a veces es duro, a Marlen le gusta su trabajo, pero sueña con la casa que está construyéndose en Bolivia, poco a poco, con lo que sobra del dinero que les manda a sus hijos.

foto: aitana gómez

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